viernes, 14 de febrero de 2014

LOS ULTIMOS MOMENTOS DE BEETHOVEN

El tuvo un sólo momento de felicidad en su vida, y ese momento lo mató. Vivió en la pobreza, y contempló el mundo desde la soledad a la que fue conducido y por el curso natural de las disposiciones tan crueles, casi salvajes, por la injusticia de sus contemporáneos. Pero escribió la música más sublime que el hombre o los ángeles puedan alguna vez, haber soñado. Le habló a la humanidad en su lenguaje divino y ellos lo despreciaron. Les habló como la Naturaleza habla en la armonía celestial de los vientos, la olas, el canto de las aves en medio del bosque. Beethoven fue un profeta, y Dios se manifestaba mediante.
Sin embargo su talento fue gravemente ignorado y fue destinado una vez más, a sufrir la más amarga agonía del poeta, el artista, el músico: Dudó de su propio genio.
El mismo Haydn no pudo encontrar mejor elogio que decir "Fue un pianista muy inteligente"
Así se digo de Géricault, "Mezcla sus colores de buena manera"; y así de Goethe, "Tenía un estilo tolerable, y no tenía faltas de ortografía".
Beethoven tenía un sólo amigo, y ese amigo era Hummel. Pero la pobreza y la injusticia lo habían dejado irritable, y algunas veces era injusto. Peleaban con Hummel, y por un largo tiempo dejaban de verse. Para coronar su desgracia, quedó completamente sordo.
Entonces Beethoven se retiró a Baden, donde vivió aislado y triste, en una casa muy pequeña que apenas satisfacía sus necesidades. Su único placer en este lugar era recorrer los verdes pasadizos del hermoso bosque de los alrededores del pueblo. Junto con los pájaros y las flores salvajes, alcanzaba momentos para darle rienda a su genio, podía componer sus maravillosas sinfonías, alcanzar las puertas del paraíso con acentos melodiosos y hablar con los ángeles el lenguaje tan preciado para el oído humano y el que esos oídos habían fallado en comprender.
Pero en el medio de su solitario sueño, una carta arribó y lo hizo despertar muy a su pesar, a los asuntos del mundo, donde más penas le esperaban.
Un sobrino a quien crió y se sentía muy cercano gracias a los buenos oficios que Beethoven había realizado por el jóven, le escribió implorando su presencia en Viena. Se había implicado en asuntos desastrozos y solamente su pariente mayor podría salvarlo.
Beethoven partió en viaje y debido a su economía tuvo que completar parte del recorrido a pie. Una tarde se detuvo ante una puerta de una pequeña casa y pidió refugio. Tenía varias millas por delante antes de llegar a Viena y su falta de fuerza no le permitiría continuar más allá del camino.
Lo recibieron con hospitalidad, participó de la cena y fue alojado en la silla principal junto al fuego.
Cuando la mesa quedó libre, el padre se puso de pie y abrió un viejo clabicémbalo. Los tres hijos agarraron cada uno un violín, y la madre y la hija se ocuparon de sus quehaceres.
El padre les dio la nota y los cuatro comenzaron a tocar con unidad, precisión y genialidad muy característica de la gente de Alemania. Parecía que estaban profundamente interesados en lo que estaban tocando; porque en sus instrumentos se reflejaba su alma de manera completa. Las dos mujeres dejaron lo que estaban haciendo para escuchar, y sus rostros gentiles expresaron la emoción de sus corazones.
Observar todo esto, era la único que Beethoven podía hacer para formar parte de lo que estaba ocurriendo; porque él no escuchaba ni una nota. El sólo podía juzgar su desempeño por los movimientos de los ejecutantes y el fuego que animaba sus rasgos.
Cuando terminaron, se dieron un cálido apretón de manos, como si se felicitaran en una comunión de felicidad; y la jóven se abrazó a su madre mientras lagrimeaba. Entonces consultaron entre ellos, tomaron sus instrumentos y comenzaron a tocar. Esta vez, su entusiasmo alcanzó su altura; sus ojos estaban llenos de lágrimas, y sus mejillas enrojecieron.
"Amigos" dijo Beethoven "Me provoca infelicidad no poder formar parte del placer que han experimentado; ya que yo también amo la música, pero como habrán observado, soy sordo y no puedo oir sonido alguno. Les pido me dejen leer la música que les produjo tantas dulces y vivas emociones".
Tomó el papel en sus manos: sus ojos se iluminaron, su respiración se acortó y se aceleró; entonces soltó el papel y rompió en llanto.
Estos campesinos han estado tocando el allegretto de la Sinfonía de Beethoven en A. 
Toda la familia lo rodeó con signos de curiosidad y sorpresa.
Durante algunos momentos sus llantos convulsivos le impidieron recomponerse, pero entonces levantó la cabeza y dijo: "Yo soy Beethoven"
Se descubrieron sus cabezas e hicieron una reverencia ante él con debido respeto. Beethoven extendió sus manos y le dieron un beso y lloraron sobre ellas; porque sabían que entre ellos había un hombre más grandioso que un rey.
Beethoven abrazó a cada uno de ellos, -el padre, la madre, la jóven y sus tres hermanos.
Se levantaron todos de una vez y sentándose frente al clavicémbalo indicó a los otros que tomaran sus violines y él mismo toco en el piano la parte de su chef-d´aeuvre. Los que estaban tocando nuevamente se inspiraron. Nunca hubo música tan divina y mejor tocada. Media noche había pasado y los campesinos escuchaban. Aquellos fueron los últimos acentos del cisne. 
(Traducción; Music and Some Highly Musical People, Pag.75 a 82; James M. Trotter)

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