sábado, 22 de agosto de 2015

ATARAXIA

Tengo mala suerte con las mascotas. A excepción del gato que vivía en casa de mi madre cuando era adolescente, que se murió de viejo, todas las otras pérdidas fueron trágicas. O por accidente, o por enfermedad. Un bajón. Hasta un pez dorado se me murió...

La última vino a exterminar y a guardar la casa de ratas. No fue porque tuviera la necesidad afectiva de tener una mascota. Unos meses antes, había tenido que superar que un auto se llevara puesta a mi perra salchicha y la hiciera pelota. Y dije nunca más. Pero al poco tiempo, apareció una rata en casa y la solución mas saludable fue la de tener un gato. Lógicamente, nos encariñamos mucho con el bicho.

Corto y al grano, después de un año, el gato se enfermó por comer comida procesada. Algunos son más propensos a enfermarse que otros. Pero el caso es que la comida procesada, de baja calidad (esas que uno compra en los supermercados) puede causar enfermedad y eventual muerte en un gato.

Pregunté por antaño y cómo alimentaba la gente a sus gatos. Cortes baratos de carnicería, ¿Verdad? Pues esto puede llegar a causar deficiencia de calcio y otras por el estilo, me comentó el veterinario.

La cuenta de la veterinaria superó los dos mil pesos. El pronóstico reservado. La opción dos y sumamente extrema, en cuanto la escuché, es la de operar al gato para cambiarle el sexo. Si. Hacerle una vagina al gato.

El embagalle es absoluto. Mi gato es otro desde que pasó todo esto. Es un zombie. Desde mi punto de vista, ha perdido la dignidad. Y me animo a creer en el orgullo de los gatos. Frente a la incertidumbre de ver al animal en la camilla de observación, el médico sin una respuesta contundente y la cuenta de gastos hasta el momento, más una operación a posteriori y sin garantía de un buen pronóstico, me animé a expresar mi alternativa: Poner el gato a dormir.

Esto generó un enojo, decepción y malestar general entre los presentes. Si claro, la ética por el piso. Entonces me fui a mi casa, con una bolsa enorme de alimento especial, que costó un huevo y que el gato nunca quiso comer. Porque también dejó de comer, de beber, de mear, de hacer todo lo que un ser vivo, normalmente hace.

Llamé a mi familia para que se llevaran a mi hija de casa. La escena es patética. Y no da que pase por todo esto. Yo, no puedo hacer otra cosa que contemplar. Como se acaba la vida, lentamente.


0 comentarios: